En la penumbra de su último discurso ante la Asamblea General de la ONU, Joe Biden elevó su voz para recordar al mundo que Estados Unidos no puede permitirse el lujo del aislamiento. Mientras las llamas de un inminente conflicto entre Israel y Hezbollah crecen, y la operación sangrienta de Israel contra Hamás en Gaza se acerca a su primer año, el presidente instó a la comunidad internacional a no rendirse ante la fatalidad. Con el eco de las guerras que laceran Oriente Medio y la guerra civil en Sudán, que se prolonga ya por 17 largos meses, Biden esbozó su visión: un mundo donde la paz aún es posible si se trabaja en conjunto.
En medio de este turbulento escenario, el presidente norteamericano no dejó de lado a Ucrania, a la que reafirmó su apoyo incondicional, recordando la unión de Occidente desde el primer día de la invasión rusa. Sin embargo, en su mirada se vislumbraba la sombra de un futuro incierto: ¿Qué será de esta alianza si su sucesor no comparte su convicción?
“He sido testigo de momentos clave en la historia”, reflexionó Biden, con la serenidad de quien ha atravesado tormentas. “Sé que muchos miran el presente y ven oscuridad, pero yo no. Todavía creo en la fortaleza de la humanidad cuando se une en propósito”.
Biden recordó los compromisos que asumió al llegar al poder: sanar las relaciones internacionales y poner fin a las guerras interminables en Afganistán e Irak, conflictos que durante dos décadas arrastraron a su nación por el lodazal de la violencia. Con una mezcla de orgullo y dolor, rememoró la salida de Afganistán, una “decisión difícil, pero necesaria”, aunque manchada por la tragedia de las pérdidas humanas.
En su recta final, la historia de su presidencia aún está por escribirse, marcada en gran parte por la respuesta de su gobierno a los mayores conflictos que el mundo ha visto desde la Segunda Guerra Mundial. Pero, en el crepúsculo de su mandato, Biden sigue confiando en que la esperanza puede ser el faro que guíe a la humanidad a través de la tempestad.