LA HUMILDAD Y LA GENEROSIDAD CON AROMA DE CAFÉ

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El adobe de la cocina es rústico, pero macizo. Hecho con las manos de los abuelos de Marino, la cocina es tan resistente que expande y concentra los sabores de la comida desde algunas generaciones atrás. La mirada tan tiernamente profunda de doña Sofía eran como sus manos que dejaban en su punto los platillos que cocinaban. Tortillas de maíz. Grandotas. Como si fueran tortillas de harina. Caldo de pollo. Orgánico, dicen, porque son alimentados de manera silvestre, sin pertrechos congestionados de esteroides. Y unos platos de barro tan profundos, buenos para aguantar tres cucharadas grandes del caldo.
El tema que iniciamos fue el de la enfermedad que ronda por todo el mundo. Llegó a estas cordilleras asustando a todos. A mí no, dice Marino con una sonrisa que no deja entrar todo tipo de virus. El amor incondicional en el que vive esta familia mantiene la concordia de la cordillera en cada uno de ellos. La alegría nace desde Esmeralda, la hija más chica de la familia, Miguel la lleva a toda la casa, Rufino juega con ella en la tienda Diconsa, Marino la corre por todo el pueblo y doña Sofía la cubre con una sonrisa. Una sonrisa de generosidad y humildad que enseña mucho más que una cátedra en la universidad.
En esta cocina fraguamos el plan de construir la ruta alternativa del café. El café nos deleitó como a la chuparrosa la enamora el néctar de las flores. Flores que brotan por todas partes fuera de la cocina. Hicimos una lista de familias por visitar para invitarlas a este plan de comercio justo.
La lluvia caía como una bendición. Para algunos o muchos, el agua era una maldición porque obligaba a los campesinos a parar las labores. El escaso comercio se trocaba porque la gente se quedaba sin salarios. Por lo menos, hasta que las lluvias se apaciguaran.
La pandemia del coronavirus golpeó con miedo al pueblo de Ihualeja y a toda la región mazateca, ubicada al noroeste de esta entidad. El cubrebocas es obligatorio y brotaba una angustia cuando se tenía que viajar a Huautla de Jiménez, lugar de la gran mujer sabia y curandera, María Sabina, donde el semáforo en rojo estaba a punto de estallar en su límite.
Nosotros no nos dejamos llevar por el miedo. Sin embargo, adoptamos todas las medidas de seguridad. Y un servidor no se despegó de un juego de imanes de 4 mil gauss para erradicar cualquier posibilidad de contagio.
Y así agarramos camino en las cordilleras de Oaxaca.

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