NASHINANDÁ, LA GRAN NACIÓN

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Cada vez que recuerdo el curso que ofrecí en Radio Nhandia, el olor del café me impregna la nariz, luego el cuerpo, hasta siento que transpiro esas miradas gentiles y traviesas de Juventino y Toño, o bien, junto con pegado, la calidez y generosidad de doña Jovita, una señora de más de 60 años que nunca faltó a clases sin sus tortillas que hacía con mano propia, desde el corte de la mazorca, desgrane, remojo y molida del grano con un metate que tiene a la mano en su cocina.
Llegué a impartir un curso sobre periodismo, donde, supuestamente, un servidor sería el actor que transmitiría el conocimiento. Pero al entrar al espacio que se habilitó para el curso, el ambiente de otra sabiduría ya estaba rebosante, con una calidez que ofrecían los anfitriones. Lupita, la directora, mostraba una tremenda generosidad cuando compartía sus experiencias como radialista, porque las disponía como en charola de plata para aprender de ellas. Melquiades Blanco, radialista, dirigente indígena y estudioso de la lengua mazateca, compartió sus vicisitudes, en especial cuando encabezaron la organización del pueblo de Nashinandá para arrebatarle al PRI el privilegio de imponer candidatos y autoridades municipales. Ejercían un control absoluto. Pero con el movimiento, que fue acompañado por Radio Nhandía, le arrebataron a esa mafia de pillos y empoderaron la cultura, los usos y costumbre de esta nación originaria para elegir a sus autoridades municipales y tradicionales. Hasta los andaban venadeando, nos contó. Sus opiniones siempre fueron señales de una sabiduría milenaria, con humildad, como un fiel de una balanza justa, equilibrada nos habló de una filosofía de la liberación de los pueblos originarios. Rogelio Rosas, hermano de Melquiades, con su avidez de conocer a fondo los problemas para darle solución práctica, rociaba con ambiente fresco los diálogos y debates que surgieron a lo largo del taller. Y detrás de ellos y como una especie de representación de la sociedad mazateca, el resto del grupo. Señores, Señoras mayores. Jóvenes y niños; todos ellos con espacios en la programación de esta radio indígena.
Primer punto, dije al iniciar el curso, el objetivo del taller es construir un noticiero para Radio Nhandia, un espacio de ida y vuelta con la comunidad. Así que, subrayé, vayamos pensando en el nombre del noticiero.
Ya era otro día, el primero del curso. El salón estaba lleno de miradas humildes, de niños, niñas, jóvenes que en recreo que tuvimos, mostraron sus habilidades de vivir en comunidad, generosos, humildes en su labor de radialistas. Eran bilingües, operaban la consola con destreza, sin perder la lógica de su discurso radiofónico, nos atendieron con sonrisitas que marcaron el ambiente.
El café de olla nunca faltó. Y como costumbre se acompañaba con ujna charola rebosante de pan que confeccionaba el papá oso, el panadero del pueblo. Melquiades se dio lustre cocinando; doña Jovita disponía de tortillas y sabrosos tamales. Así que el curso tomó cursos de sabrosura por el conocimiento, para hacer comunidad en una radio social.
El objetivo del curso es crear un noticiero, les propuse. Vamos a construir este espacio con la opinión de ustedes. Y Melquiades propuso: le pondremos Nashinandá, porque Nashinandá implica un concepto del pueblo mazateco sobre su territorio, sus aguas, su cielo, su pueblo y, sobre todo, su cultura, como usos y costumbres tanto en lo social como lo espiritual. Y si queremos hacer un noticiero del pueblo mazateco, el término de Nashinandá implica todo eso. Implica nuestra nación.
Nadie contradijo a Melquiades. Al contrario, estuvieron a la espera de alguna réplica para fortalecer la propuesta.
Fue de esta manera en que escuché por primera vez la palabra Nashinandá. En adelante, Nashinandá será para mí la segunda patria.

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