CON NIÑO SANANTE DE NASHINANDÁ

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Cuando platicaba con Marino siempre le decía que en Nashinandá, el paraíso se encuentra en la pachamama, en la tierra, en las ramas del pino que, juntas y por millones, silban con el aire, al vuelo de los pájaros. Hojas de encino que eran las que más se alborotan cuando el aíre corre a tropeles. Viento que juega detrás de cada árbol, entre el tallo y sus hojas y luego forma pequeños remolinos que alborotan la hojarasca.
En este suelo de Dios, valía el doble o más, respirar hondo, lo más profundo posible y después exhalar. Exhalar hasta que los pulmones quedaron como un globo al vacío. Luego aspirar ese aire que ya jugó con las flores y relamió pájaros en vuelo y gusanos al ras de suelo. Es el paraíso que inspiras y aspiras, de ojos que se pierden entre los vericuetos del blanco intenso de la mosqueta o el amarillo mágico del guayacán. Toda una fauna que fascina poro por poro.
Después del sueño de ancestros que tuvimos por la noche, quisimos sacar la cara al sol. Lo esperamos en la madrugada y nos quedamos como la canción de Joaquín Sabina. Nos dieron las 10, las 11, las 12, la una y las dos. Y el dios padre de las comunidades originarias poco pudo asomarse entre la inmensidad de nubes que abrazaban a Nashinandá.
Estábamos en la casa de Marino y su familia, donde el café es indispensable como el respirar, para iniciar labores. Las labores habían cambiado drásticamente con la pandemia en el pueblo, en especial en la familia de nuestros amigos. Marino y sus hermanos, y cada uno en su familia, se han dedicado a la fabricación de juegos pirotécnicos desde descendencias antiguas, como la madera que se petrifica en el camino. La cosa iba bien porque había trabajo, pues en Oaxaca, al año le faltan días para la cantidad de celebraciones que hay en el pueblo mazateco. Y en cada fiesta de Nashinandá, es requisito indispensable el juego de cuetes, el torito o los castillos hechos de pólvora y carrizo, con varas de árboles de la región. Ya no digamos el aguardiente o la cerveza.
Pero llegó el sufrimiento por el covid. El trabajo de Marino y su familia se acabó, porque se suspendieron todas las fiestas.
Ese día nos levantamos tempranos. Salí a respirar Nashinandá y a buscar el sol. Trataba de visualizarlo entre las nubes más resplandecientes. Seguro detrás estaba, me imaginaba, y sólo con la imaginación lo extrañaba. Me recosté en medio de flores y pasto y cerré los ojos. Unos segundos después sentí una alegre presencia, como si fuera un venado. Hacía ruido con sus pies al caminar sobre el pasto. Y cuando abrí los ojos, en lugar de ver al dios padre sol, estaba grandota y sonriente la cara de Miguel, el hijo de Marino.
-Buenos días tío José Luis, me dijo en un castellano armonioso, lleno de claror.
-Buenos días, le respondí y el muchacho siguió una charla de gordolobos y laureles, de plantas y flores que se encuentraban en el lugar que pisábamos.
-Siento que me llaman las flores me decía.
Se acercó a un jengibre, acaricio se pequeño tallo, se lo enredó en las manos y aplicó una fuerza suficiente para arrancar la planta.
-Sirve para el corazón, me explicó al señalar su raíz.
Seguimos caminando por una loma y le pregunté:

  • ¿Cuántos años tienes, Miguel?
    -12.
  • ¿12 años?
    -Sí.
  • ¿Entonces, a qué edad estudiaste herbolaria en la universidad? – le pregunté sin poder aguantar darle un gesto de ironía a la pregunta.
  • ¿Qué dices, tío Joseluis?
    Me quedé callado porque mis neuronas se entretuvieron con un recuerdo con Melquiades y Rogelio, de Radio Nhandia. Hace como diez años, caminando rumbo a Rancho Nuevo, donde tienen la antena de la radio, platicamos de cultura, tradición y cosmovisión del pueblo de Nashinandá. Melquiades dijo: La palabra dada y el respeto a los mayores es una plomada profunda que corre por el espíritu mazateco. Niños, jóvenes y adultos les dicen tío a los mayores. No porque exista una relación familiar, sanguínea o política, sino porque ubican en el mismo nivel de respeto a todos sus mayores, como si fueran sus familiares propios.
    Volví a la realidad porque divisé unas chivas que pastaban tranquilamente.
    -Te quiero grabar un video, le dije a Miguelito.
  • ¿Qué dices, tío?
    -Háblame de las plantas medicinales. Háblame de las plantas que tengas a la mano.
    Luego, seguimos caminando. Seguí montado en los recuerdos de la radio, hasta que llegamos a una laguna que se forma cerca de la casa de Marino. Las lluvias son tan intensas y cotidianas en las cordilleras de Oaxaca. Si pasa un huracán por el Golfo de México, las aguas y vientos también corren por Nashinandá. Si el fenómeno meteorológico pasa por el Pacífico, también baña, con sus bondades y desastres, a la zona mazateca.
    La lluvia en esta pequeña cuenca, es tan intensa que sus aguas forman una sublime laguna. Al mirarla, me di cuenta que volví del recuerdo a una realidad por demás alucinante.
    No me queda duda alguna, le decía a Marino, después de regresar de la caminata con su hijo. Ustedes tienen el paraíso aquí en la tierra. Sobre todo, en su gente.

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