El embajador de Estados Unidos en México, Ken Salazar, aprovechó su más reciente conferencia de prensa para ofrecer su análisis “experto” sobre la estrategia de seguridad mexicana. Según él, la política de “abrazos y no balazos” de López Obrador falló, y Salazar no dudó en recalcar que fue porque México —es decir, el gobierno soberano del país vecino— cerró sus puertas a la “indispensable” cooperación estadounidense. Nada de autocrítica, claro; el problema, al parecer, es que México no comprendió que necesita la orientación de su vecino del norte para encontrar la paz.
Sin mayor prueba, Salazar afirmó que desde hace un año la relación en seguridad se encuentra pausada, y, en su opinión, eso no tiene nada que ver con los comentarios “amables” y “nada injerencistas” que él mismo ha lanzado sobre decisiones políticas mexicanas. Según el embajador, México fue el que, tras la detención de un narcotraficante, cerró de golpe sus puertas a cualquier ayuda estadounidense. ¡Qué ingratos, después de los generosos 32 millones de dólares que Estados Unidos estaba listo para ofrecer!
Salazar también consideró pertinente reprender la “austeridad republicana” de López Obrador y de Sheinbaum, insinuando que la verdadera seguridad para México, por supuesto, requiere que gaste como Estados Unidos. Desde su residencia oficial en Ciudad de México, dejó claro que en las democracias, según su manual, la seguridad solo es posible cuando hay una “inversión real” —y, por supuesto, ayuda extranjera. Al menos puede estar tranquilo: su crítica no pedida ciertamente encontrará eco en los oídos de quienes en México aún creen que Washington tiene la última palabra.
Finalmente, aunque Salazar podría dejar el cargo pronto con el cambio de administración en Estados Unidos, deja un legado peculiar en la política mexicana: el de un embajador que, en lugar de centrarse en diplomacia y relaciones bilaterales, parece convencido de que su verdadera misión era impartir lecciones sobre cómo México debe conducirse.