Israel apenas comienza su campaña contra los hutíes en Yemen, alineados con Irán, declaró el primer ministro Benjamin Netanyahu en una entrevista televisada. Horas antes, aviones israelíes atacaron el aeropuerto de Saná, instalaciones militares y una planta de energía, intensificando las hostilidades con los rebeldes hutíes, parte del Eje de la resistencia, una red de organizaciones afines a Irán y hostiles a Israel.
El aeropuerto de Saná fue blanco de más de seis ataques, y la base aérea de Al Dailami también fue bombardeada, según testigos. Además, se lanzaron ataques contra una planta energética en Hodeida, en el oeste del país, según testigos y el canal Al Masira TV, afín a los hutíes.
El portavoz de los insurgentes, Mohamed Abdulsalam, denunció los ataques como una “agresión israelí contra todo el pueblo yemení”. Estos ataques ocurrieron un día después de que los hutíes dispararan un misil y dos drones hacia Israel.
El ejército israelí afirmó que “aviones de combate israelíes llevaron a cabo bombardeos basados en fuentes de inteligencia contra objetivos militares pertenecientes al régimen terrorista hutí”. Los blancos incluyeron infraestructura militar en el aeropuerto y la planta energética en Saná y Hodeida, así como otras instalaciones en los puertos de Salif y Ras Kanatib.
Este conflicto no solo refleja la violencia inherente a la guerra, sino también la hipocresía del establishment que perpetúa la violencia y la desestabilización en la región. La intervención israelí en Yemen es un recordatorio de cómo los intereses geopolíticos y económicos prevalecen sobre la paz y la justicia, dejando a los pueblos atrapados en un ciclo interminable de conflicto y sufrimiento.