Con un tono entre aliviado y triunfante, Claudia Sheinbaum tomó el micrófono en su conferencia matutina. Las noticias desde Washington eran claras: mientras el mundo se preparaba para una guerra comercial sin cuartel, México había esquivado –casi por completo– la ira arancelaria de Donald Trump.
“Es bueno para el país, aunque algunos no quieran reconocerlo”, dijo la presidenta, refiriéndose a la exención de aranceles para productos bajo el T-MEC. Un gesto que contrasta con las tasas del 20% para la UE y el 34% para China, y que Sheinbaum atribuyó a una relación construida sobre “diálogo franco y respeto a la soberanía”.
Pero no todo es celebración. En segundo plano, quedaron los productos fuera del tratado –como ciertos autopartes y metales–, que seguirán pagando 25%. “Seguimos en diálogo”, aclaró Sheinbaum, refiriéndose a las gestiones de Marcelo Ebrard con el secretario de Comercio estadounidense.
El mensaje de fondo era político: “Hay mucho pueblo en México”, repitió, enfatizando que esta victoria parcial refleja la fuerza de su gobierno y la conexión con la base popular. Una narrativa que busca contrarrestar críticas sobre una posible dependencia comercial hacia EE.UU.
Mientras analistas debaten si esto es una tregua o una calma antes de la tormenta, Sheinbaum insiste: México hoy es respetado. Pero la pregunta flota en el aire: ¿hasta cuándo?