Ifigenia Martínez, la última despedida de una mujer excepcional

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La tarde en la Ciudad de México se tiñó de un gris solemne el día que la historia despidió a una de sus figuras más veneradas. En la funeraria de Félix Cuevas, una brisa ligera acariciaba los rostros de aquellos que llegaban, en silencio, a despedir a la maestra Ifigenia Martínez, la mujer que durante casi un siglo moldeó la política, la economía y el pensamiento de la izquierda mexicana. Claudia Sheinbaum Pardo, presidenta de la República, fue una de las primeras en llegar. En sus palabras, simples pero llenas de verdad, resumió el sentimiento de todos: “una mujer excepcional”.

El eco de su legado resonaba en cada rincón de la funeraria. Fue la primera en tantas cosas: la primera directora de la Facultad de Economía de la UNAM, pionera en el apoyo al movimiento estudiantil y una de las fundadoras de la corriente democrática que, junto a Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, trazó el camino hacia la transformación que hoy rige al país. Ifigenia no solo fue testigo de la historia; la escribió, la esculpió con sus manos.

Sheinbaum recordó cómo, incluso en sus últimos días, Ifigenia mantenía un sueño ferviente: ser la que entregara la banda presidencial a la primera mujer presidenta de México. “Hasta siempre, Ifigenia”, dijo Sheinbaum, con la voz cargada de una mezcla de admiración y tristeza, como si esas palabras fueran un pacto para que su lucha no se desvaneciera con su partida. La despedida no era solo para una compañera de lucha, sino para una mujer que durante 99 años fue el faro de miles de sueños de igualdad y justicia social.

La escena en la funeraria era un tributo discreto, pero emotivo. No había grandes discursos ni pomposas ceremonias, sino la presencia cálida de aquellos que, como Ifigenia, creían en la transformación de México desde sus raíces más profundas. Los nietos de doña “Ifi”, como era cariñosamente llamada, relataban con orgullo cómo, a pesar de su frágil salud, la lucha nunca abandonó su corazón. La sesión del Congreso General el 1 de octubre fue su última gran hazaña, el momento que tanto soñó, y lo presidió con una dignidad y entusiasmo que desafiaban su edad.

“Lo único que le faltó a la genial Ifigenia fue llegar al centenario”, dijo Antonio Rojas, uno de sus nietos, con una mezcla de orgullo y tristeza en su voz. “Todo lo demás lo cumplió”. La imagen de Ifigenia, sentada en la tribuna celestial junto a sus grandes amigos, Porfirio Muñoz Ledo y Heberto Castillo, intercambiando ideas y reflexiones sobre el destino del país, se dibujaba en la imaginación de quienes la conocían. Porque Ifigenia nunca se marcharía del todo; su legado, como el de esos gigantes con quienes luchó, seguiría vivo en cada rincón de la izquierda mexicana.

Uno a uno, los dolientes se acercaban a ofrecer sus respetos. Ricardo Monreal, coordinador de los diputados de Morena, se inclinó ante la memoria de la mujer que tanto admiraba. “Su sueño era ponerle la banda a la primera mujer presidenta de la República”, dijo conmovido. La ministra Olga Sánchez Cordero, Lázaro Cárdenas Batel y el rector de la UNAM, Leonardo Lomelí Vanegas, también estaban allí, entre otros tantos que quisieron rendir homenaje a esta figura titánica de la política y la academia mexicana.

Afuera, la ciudad seguía su ritmo indiferente, ajena a la pérdida que muchos sentían como propia. Pero dentro de esa funeraria, el aire estaba cargado de historia, de recuerdos y de una sensación de gratitud hacia la mujer que, desde las aulas de la UNAM hasta la tribuna legislativa, forjó su nombre en los anales de la nación. En su cuenta de X, la Secretaría de Relaciones Exteriores lo había resumido con precisión: una “gran diplomática”, una “luchadora social”. Y ahora, también una leyenda.

Ifigenia Martínez se marchaba, pero no del todo. Como lo expresó su nieto, hoy está en “la tribuna celestial”, quizás discutiendo nuevamente con sus viejos amigos, porque para Ifigenia, la lucha jamás terminó, y su nombre seguirá grabado en la memoria de quienes sueñan, como ella, con un México más justo y equitativo.

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