América Latina, de luto: La despedida de Gustavo Gutiérrez, el padre de la teología de la liberación

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La noche del 22 de octubre de 2024 será recordada en América Latina como el día en que la voz de Gustavo Gutiérrez, el sacerdote y pensador peruano que marcó un antes y un después en la teología mundial, dejó de resonar. A los 96 años, el padre de la teología de la liberación se despidió de este mundo, pero su legado, inmortalizado en cada palabra y cada acción, sigue encendiendo las conciencias.

Nacido en Lima en 1928, Gutiérrez creció bajo la sombra de la pobreza y la enfermedad, una realidad que moldearía su pensamiento y compromiso. Desde temprana edad, la osteomielitis lo mantuvo postrado en una silla de ruedas, enfrentándose a los límites de su cuerpo. Pero esa lucha no apagó su espíritu; al contrario, lo impulsó a abrazar un amor radical por los más pobres y marginados.

La Orden de los Dominicos, congregación a la que Gutiérrez pertenecía desde 2001, confirmó su partida con un mensaje de recogimiento: “Pedimos nos acompañen con sus oraciones para que nuestro querido hermano goce de la vida eterna”. Y así, el Perú y el mundo entero se detuvieron a rendir homenaje al teólogo que revolucionó la visión de la fe con su emblemática obra Teología de la Liberación: Perspectivas (1971).

Un revolucionario desde el corazón de la Iglesia

Cuando Gutiérrez publicó su obra en 1971, pocos imaginaron el impacto que tendría. Desde las bases del Concilio Vaticano II y la Conferencia de Medellín, su propuesta de una fe comprometida con la justicia social se alzó como una voz crítica dentro de la Iglesia. Colocó a los pobres en el centro del Evangelio, no como sujetos pasivos de caridad, sino como agentes activos de su propia liberación.

Pero ese camino no fue fácil. Las posturas de Gutiérrez fueron duramente criticadas por sectores conservadores dentro de la Iglesia, quienes lo acusaban de politizar la religión. Aun así, su convicción permaneció intacta. Durante las décadas de los 80 y 90, su diálogo con las autoridades eclesiásticas lo llevó a matizar algunas de sus afirmaciones, sin jamás renunciar a su compromiso inquebrantable con los más vulnerables.

“Damos gracias a Dios por su vida y su amistad. Su obra y trabajo en favor de los pobres seguirá iluminando el camino de la Iglesia”, escribió el Instituto Bartolomé de las Casas, que Gutiérrez fundó en Lima para seguir promoviendo el pensamiento liberador que siempre defendió.

El Papa y el reconocimiento final

En 2018, el Papa Francisco —quien comparte muchas de las visiones de Gutiérrez sobre una Iglesia “en salida”— lo reivindicó con una carta en la que agradecía su contribución a la Iglesia y a la humanidad. “Te agradezco por cuanto has contribuido a través de tu servicio teológico y de tu amor preferencial por los pobres”, le dijo el pontífice. Ese reconocimiento significó la validación de un pensamiento que durante décadas fue combatido, pero que finalmente encontró su lugar en el corazón mismo de la Iglesia Católica.

Un pensador del siglo XXI

Gutiérrez deja tras de sí una estela de premios y reconocimientos: el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades (2003), el Premio Nacional de Cultura en Perú (2012) y el prestigioso Gittler Prize (2014). Además, fue nombrado Caballero de la Orden Nacional de la Legión de Honor por el gobierno francés y fue miembro de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias. Sin embargo, más allá de las distinciones, fue su capacidad para tocar el corazón de los pueblos y las comunidades más desposeídas lo que lo convirtió en un verdadero gigante de nuestro tiempo.

Su funeral, que se celebrará en la sala capitular del convento de Santo Domingo en Lima, será el adiós terrenal a un hombre que transformó la manera de vivir la fe en América Latina. Pero en las calles, en las comunidades de base y en cada rincón donde la justicia y la dignidad se elevan como estandartes, la voz de Gustavo Gutiérrez seguirá resonando. Porque más que un teólogo, fue un profeta de su tiempo.

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