Sinaloa; noviembre de 2024.- Hace casi dos meses, un nuevo capítulo de violencia se abrió en Sinaloa. Los nombres “Los Chapitos” y “La Mayiza” suenan de manera cada vez más sombría en las calles y conversaciones. Son las dos facciones del Cártel de Sinaloa que, en su disputa territorial y de poder, han teñido de temor a comunidades enteras. En cifras, el impacto es brutal: la Fiscalía del estado reporta 252 personas desaparecidas desde que comenzaron los enfrentamientos el pasado 9 de septiembre. De ellas, 31 han sido encontradas sin vida, y 135 aún no han regresado a sus hogares. Sin embargo, las cifras no cuentan toda la historia.
Culiacán, otrora centro neurálgico de este bastión sinaloense, muestra una especie de paralización colectiva. Las calles, alguna vez bulliciosas, ahora parecen caminar al ritmo de una tensión invisible, latente. Arturo Santamaría, investigador de la Universidad Autónoma de Sinaloa, asegura que esta quietud no se debe únicamente a los recientes enfrentamientos, sino a una “herida psíquica” dejada por episodios de violencia pasados, especialmente el llamado “Culiacanazo” de 2019. Esa cicatriz emocional parece haber abierto de nuevo ante el recuerdo de una violencia que sigue acechando, una amenaza constante reforzada ahora con la omnipresencia de redes sociales que amplifican y acercan el miedo a cada rincón de la vida cotidiana.
Mientras tanto, Mazatlán también vive en alerta. La noche del domingo, una ráfaga de disparos interrumpió la tranquilidad turística en un enfrentamiento entre civiles armados que dejó a una persona muerta y varios autos dañados. El Secretario de Seguridad de Sinaloa, junto al Gobernador Rubén Rocha, confirmaron que esta expansión de violencia hacia el puerto es parte de la misma pugna que sacude a Culiacán. Así, el despliegue de fuerzas armadas en el estado ha alcanzado niveles inéditos, con la intención de asegurar zonas clave y restaurar algo de calma en un ambiente donde el miedo ha crecido como una sombra.
Para muchos, la violencia parece omnipresente y el poder del crimen organizado imbatible. En palabras de Santamaría, el Cártel de Sinaloa ha evolucionado en poderío y sofisticación, expandiendo su influencia a más de 100 países y fortaleciéndose en recursos y armamento. La relación entre el narcotráfico y la política es, además, una cuestión inevitable en el estado. Historias que entrelazan nombres de figuras públicas con episodios de violencia o rumores de connivencia han alimentado una desconfianza pública que persiste generación tras generación.
Mientras el gobierno local trata de fortalecer a sus policías, regresándoles armamento tras certificaciones y pruebas de confianza, persisten los cuestionamientos. La aparición de cartas de Ismael “El Mayo” Zambada en las que alude a conexiones con políticos sinaloenses alimenta el escepticismo popular. Y aunque el Gobernador Rocha defiende la transparencia de su administración y la integridad de sus mandos policiales, el control de la seguridad parece, en última instancia, estar en manos de las Fuerzas Armadas.
La lucha en Sinaloa es de múltiples frentes. Es la pugna de las facciones del narcotráfico por el dominio de territorios, pero también es la batalla del estado por la recuperación de su tranquilidad, un intento de la sociedad por mantenerse en pie a pesar de las marcas de su historia reciente y las sombras que ensombrecen el horizonte.