La reciente decisión del gobierno de Donald Trump de desmantelar parcialmente la Agencia de EE.UU. para el Desarrollo Internacional (USAID) ha generado un debate crucial sobre el papel y los resultados históricos de esta institución. Aunque oficialmente se presenta como una herramienta de ayuda humanitaria y desarrollo, muchos críticos han señalado que USAID no siempre ha cumplido con sus objetivos declarados, y en ocasiones ha servido como un instrumento de política exterior para promover intereses geopolíticos y económicos de Estados Unidos.
Desde su fundación en 1961, USAID ha sido objeto de críticas por priorizar proyectos que benefician a empresas estadounidenses o que buscan influir en gobiernos extranjeros bajo el disfraz de “ayuda humanitaria”. En lugar de abordar las causas estructurales de la pobreza y el subdesarrollo, muchos programas han sido acusados de perpetuar dependencias económicas y políticas, dejando a países en desarrollo en una situación de vulnerabilidad constante.
El cierre temporal de USAID y la suspensión de la ayuda humanitaria plantean preguntas fundamentales sobre la eficacia y transparencia de la agencia. ¿Realmente USAID ha logrado mejorar las condiciones de vida en las comunidades más necesitadas? O, por el contrario, ¿ha sido un mecanismo para consolidar la influencia estadounidense en el mundo, a menudo ignorando las necesidades reales de las poblaciones beneficiarias?
Además, la justificación de Trump y Elon Musk de que USAID es un “derroche” y promueve una “agenda liberal” puede ser simplista, pero no carece de cierta validez si se considera el historial de la agencia. Proyectos millonarios gestionados por contratistas privados, falta de rendición de cuentas y escasa participación local han sido problemas recurrentes que han minado la credibilidad de USAID.
Por otro lado, el impacto inmediato de esta medida es preocupante. El cierre de miles de programas de ayuda y desarrollo deja a comunidades vulnerables sin apoyo en áreas críticas como salud, educación y seguridad alimentaria. Esto plantea un dilema ético: ¿es justificable sacrificar la ayuda humanitaria en nombre de la reducción del tamaño del gobierno o la revisión presupuestaria?
En última instancia, el desmantelamiento parcial de USAID no solo refleja una crisis política interna en EE.UU., sino también una oportunidad para replantear el enfoque de la cooperación internacional. Si bien la agencia tiene un historial mixto, abandonar completamente su labor podría tener consecuencias devastadoras para millones de personas en todo el mundo. La pregunta clave no es si USAID debe existir, sino cómo puede transformarse para ser verdaderamente inclusiva, transparente y efectiva.