El jueves 7 de marzo, el mundo observó con expectación el despegue del cohete Starship, la ambiciosa nave de SpaceX, la empresa aeroespacial de Elon Musk. Sin embargo, lo que comenzó como un prometedor lanzamiento terminó en una espectacular explosión que dejó un rastro de escombros luminosos en el cielo.
El evento comenzó a las 17:30 horas en la Starbase de SpaceX, ubicada en Texas. Durante los primeros minutos, todo parecía ir según lo planeado: los motores Raptor funcionaron a la perfección, y el cohete Super Heavy, la primera etapa del sistema, logró separarse exitosamente y regresar a la torre de despegue por tercera ocasión. Pero la suerte cambió para la Starship.
“Antes de finalizar el ascenso, un evento energético en la parte trasera de la Starship provocó la pérdida de varios motores Raptor. Esto, a su vez, provocó la pérdida del control de actitud y, en última instancia, la pérdida de las comunicaciones con la Starship”, explicó SpaceX en un comunicado. Minutos después, la nave explotó en la atmósfera, fragmentándose en pedazos que iluminaron el cielo como un conjunto de cometas.
El espectáculo, aunque impresionante, no estuvo exento de consecuencias. Los escombros obligaron a cerrar cuatro aeropuertos en Florida y las Bahamas, lo que provocó la desviación de varios vuelos. Además, la Administración Federal de Aviación (FAA) de Estados Unidos ha exigido una investigación exhaustiva sobre las causas del accidente.
A pesar del fracaso, SpaceX mantiene una actitud optimista. “En una prueba como esta, el éxito depende de lo que aprendamos, y el vuelo de hoy nos ayudará a mejorar la confiabilidad de Starship”, afirmó la empresa. Este incidente se suma a una serie de reveses recientes para Elon Musk, quien enfrenta investigaciones y críticas por los fallos en sus proyectos aeroespaciales.