El salón de conferencias de Palacio Nacional olía a alivio. Marcelo Ebrard, secretario de Economía, sostenía en alto un gráfico con cifras que resonaban como un triunfo: “10 millones de empleos salvados”. La razón: el “trato preferencial” que México obtuvo en la guerra arancelaria lanzada por Donald Trump, y que dejó a medio mundo pagando impuestos de hasta 34% (China) o 20% (Unión Europea).
“Funcionó la estrategia de la presidenta Claudia Sheinbaum“, declaró Ebrard, con un tono entre orgulloso y cauteloso. El quid del éxito: los productos mexicanos amparados por el T-MEC –despite aguacates hasta circuitos electrónicos– quedaron exentos de los aranceles generalizados que Trump impuso a otros países. Un respiro para sectores que generan el 37% de las exportaciones a EE.UU.
Pero no todo es celebración. Aún quedan grietas en el muro: el acero, aluminio y autos con componentes no estadounidenses seguirán pagando 25%. “Es la siguiente batalla”, admitió Ebrard, mientras ajustaba el micrófono. El plan ahora es negociar rebajas específicas para estos rubros y consolidar a México como el socio privilegiado de EE.UU. en la región.
En los pasillos, analistas murmuraban: “Es un alivio, pero frágil”. Porque si bien México esquivó lo peor, la sombra de Trump sigue siendo impredecible. Hoy fue el T-MEC; mañana podrían ser nuevas condiciones. Por ahora, sin embargo, el mensaje del gobierno es claro: “Supimos jugar nuestras cartas”.